Mi todo sin más
Me he tomado 3 cañas al sol. Últimamente hay muchos momentos en los que pienso lo a gustito que estoy. Sí, me encuentro a gusto. Me siento tranquila, de alguna extraña forma me encuentro satisfecha de mis horas de vida, de lo que hago con ellas. Responsable del rumbo de las cosas. Feliz del camino que me lleva al trabajo, de mi té del desayuno, del libro que leo, de las cosas que aprendo. Hacía mucho tiempo que no aprendía. Como aquella escena de Pretty woman donde ella no sabe usar los tenedores adecuados, un mundo se abre en torno a ella totalmente nuevo. Así me siento yo, cada párrafo rellena poco a poco mis lagunas. Otras veces ni siguiera en mi cabeza había hueco para la laguna, ni vacía ni llena, simplemente conceptos e ideas inexistentes para mí. Así que ahora todo anda especialmente desordenado, frágil, ligero... Hace falta tiempo para fijar conceptos. Y aquí derivamos a mi obsesión del tiempo y la preocupación por la disciplina y... Sólo siendo un lobo estepario sería capaz de organizarme, pero he aquí una contradicción. Cómo vivir sin el señor que me encuentro camino a casa, sin el saludo del portero, sin los míos (los que fueron y serán siempre a pesar la inercia de la vida), sin las mil horas de charlas sobre los mismos temas, sin nuestros sueños, nuestros príncipes-sapo. Por eso siento tanto cuando el ambiente se nubla, cuando sus caras se ponen grises y sus corazones se cierran. Porque yo quiero que sigamos sintiendo lo que sentimos después de un partido de squash, compartir las risas que ahora parece que escasean en una noche de ligoteo, seguir con nuestras charlas con pavito de adolescente que tantas veces hemos tenido. Y llorar, y compartir nuestras miserias pero seguir soñando. Ahora que nos hacemos mayores, hay amigos que se van y ya uno no corre detrás de ellos para buscarlos, ahora el que se va puede que nunca vuelva. Por eso echaba tanto de menos la primavera, porque quizás con ella todas volvamos a ser felices, felices a medias pero felices*