miércoles, 2 de septiembre de 2009

Cada mañana

Ella que soy yo, sube cada mañana a un tren que no tiene nada de suyo a pesar del paso del tiempo. Un tren ajeno rodeado de extraños, destino a otro lugar ajeno y solitario. Pasarán las 1001 golondrinas y ¿nunca dejará de ser ajeno y extraño? No hay poesía allá donde yo voy, solo practicismo, costumbre, gente que viene para marchar después, cielos distintos con nubes sin formas, gruas , ladrillos y paradas que no significan nada, solo nombres que me alejan, que alargan mi espera.

Mi querido Madrid, cuánto te echo de menos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ilustra su comentario con la magia pictórica (La Gran Vía) de mi gran (y esquivo) paisano (al que le cabe el dudoso honor de ser el pintor más cotizado en el mercado actual).

Madrid (que, no por casualidad, abreviado es MAD) es una mezcla de rojo (pasión) y negro (escenarios mamotréticos de silentes muchedumbres vacías).

Como con las peores adicciones (el amor, quizá...), cuando uno se encuentra en Madrid está deseando dejarla, huir, escapar... y siempre que la ha abandonado por más de quince días consecutivos siente la irrefrenable necesidad de volver (a veces, como en el tango, con la frente marchita...).

Sea buena. Abrazos (y rosas).

ps: delicioso detalle el capicúa número de golondrinas

Anónimo dijo...

que sensación más familiar esa del extrañamiento. muchas veces no hace falta coger el tren para sentirse un exiliado. y en otras cruzas océanos y te sientes un transterrado feliz. yo a pesar de seguir en madrid añoro también mi madrid. sé feliz. un beso

PANDORA dijo...

Mi querido y añorado Madrid, volver...